El doctor René Gerónimo Favaloro dedica su libro ¿Conoce usted a San Martín? a los jóvenes argentinos. Aquí un ajustado repaso por esa obra que acude como homenaje al Padre de la Patria.
Escribe Favaloro:
Es bien sabido que, después de una breve estada en Buenos Aires, la familia se traslada a España y a los 6 años José comienza su educación en el Seminario de Nobles, para ingresar posteriormente como cadete, a los 12 años de edad, al Regimiento de Murcia. La solicitud está fechada el 1 de julio de 1789. Mitre recalca el uniforme de Murcia en celeste y blanco, quizá como premonición del camino que seguiría su vida.
A los 13 años de edad –todavía un niño- combate en Melilla y luego en Orán, donde la plaza permanece sitiada y sufre de hambre e insomnio por treinta y siete días. En 1793 es incorporado al Ejército de Aragón y luego al de Rosellón, comandado por el general Ricardos, brillante estratega que combatía la invasión de los franceses. Es de destacar que sus hermanos Manuel Tadeo y Juan Fermín han sido incorporados a otros regimientos y combaten del mismo modo al invasor.
No es muy conocida su experiencia de marino que dura poco más de un año. El Regimiento de Murcia, al que pertenece, es embarcado en el buque La Dorotea en febrero de 1797 y cae prisionero de los ingleses en julio del ´98. Una vez más, su vida esta signada por privaciones y penurias propias de aquella época, con alimentación deficiente y pésimas condiciones de higiene. Es muy posible –no existen pruebas fehacientes- que, por ese entonces, haya tenido los primeros contactos con las nuevas ideas revolucionarias originadas en la Revolución Francesa, al mismo tiempo que aprende algunas lecciones de matemática y dibujo.
En 1804 lo encontramos en Cádiz por primera vez y es ascendido a capitán segundo. Es importante resaltar que Cádiz era un puerto del gran tráfico marítimo, inclusive con las colonias del nuevo mundo. Había pues, como es lógico, gran intercambio de ideas. Aquí surgirían, después, las primeras células de las logias y las sociedades secretas.
En 1805 pasa al Regimiento de Murcia a las órdenes del general Castaños. En 1808, en Madrid, sobreviene el histórico movimiento de la rebelión española contra Napoleón y, como consecuencia, participa en las batallas de Arjonilla en junio del mismo año, donde ocurre un hecho similar al de San Lorenzo en que fue auxiliado por el sargento Juan de Dios, y en la de Bailén un mes después cuando, por su coraje y arrojo, es ascendido a teniente coronel y recibe una medalla de oro recordatoria.
A fines de 1809, a su pedido, fue destinado nuevamente al Ejército de Cataluña al mando del general Coupigny. Dos años después pasa a Cádiz, y participa el 15 de mayo en la batalla de Albuera entre los ejércitos franceses derrotados por las fuerzas aliadas de Inglaterra, España y Portugal, al mando del general Beresford-¡el mismo que cinco años antes se había rendido en Buenos Aires!-.
Luego de reproducir opiniones vertidas sobre la situación en la que se encontraban las colonias por parte del Semanario Patriótico, Simón Bolívar y Bernardo O´Higgins; Favaloro rescata que no obstante estar prohibido vender, imprimir y traficar en América libros sin licencia del Consejo de Indias, bueno es tener en cuenta por ejemplo que en la primea biblioteca pública de Buenos Aires, que funcionaba desde 1794 y a la que el obispo don Manuel Azamor y Ramírez donara dos mil ciento tres volúmenes, se podía encontrar, además de libros de teología, volúmenes de filosofía, derecho, historia y geografía, sin excluir obras de Motesquieu, Voltaire y Rousseau.
Lo mismo ocurría en Chuquisaca, donde los futuros doctores leían sigilosamente a los filósofos europeos de avanzada. Recordemos también que Mariano Moreno tradujo el Contrato Social de Rousseau, que Nariño hizo lo mismo en 1794 con la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Ciudadanos y Belgrano con el Farewel Address de Washington.
Es indudable que el hecho más trascendente que ocurre en Cádiz es la incorporación de San Martín a las logias, que tanta importancia tendrán posteriormente en la Gesta Libertadora y que se originaran en Londres, a través de Francisco de Miranda, esparciéndose por Europa, principalmente por España y Francia.
Hacia América
Después de veintidós años sirviendo a España, presenta la solicitud de retiro y permiso para trasladarse a Lima. Hubiera sido muy sospechoso haberlo hecho para dirigirse a Buenos Aires, como seguramente ya lo tenía decidido. Por real decreto de la regencia es autorizado a partir el 6 de septiembre de 1811, notificándose al mismo tiempo al virrey del Perú. Se embarcó el 14 (o el 19) del mismo mes con destino a Londres, repitiéndose que lo hizo con pasaporte falso que obtuvo a través de su amigo lord Macduff, quien había intercedido ante el diplomático inglés en España, Charles Stuart.
Es lógico dudar de que la salida de San Martín de España fue subrepticia pues, como muy bien lo remarca Otero, estaba autorizado para hacerlo y nada impedía que fuera a Londres, ya que por aquel entonces las relaciones entre ambos países eran excelentes.
Es posible aceptar la intermediación de Macduff pues éste, lord del condado de Banff y conde de Fife, es el primero de la numerosa lista de amigos y agentes británicos del gran capitán que aparecen a lo largo de su vida. Es el mismo que, después de Chacabuco, le escribe desde Edimbugo el 3 de junio de 1817: “he tenido siempre una gran amistad por usted… y desde mi llegada a España he estado siempre diciendo a mis compatriotas: paciencia, un hombre por allá sorprenderá a todos”. Es el mismo que lo recibe en sus dominios después de la gesta emancipadora haciéndolo promover a ciudadano perpetuo de Banff.
La actuación de San Martín en España ha sido claramente resumida por (Bartolomé) Mitre: “veintidós años hacía –ha escrito- que San Martín acompañaba a la Madre Patria en sus triunfos y reveses, sin desampararla un solo día. En este lapso había combatido bajo sus banderas contra moros, franceses, ingleses y portugueses, por mar y por tierra, a pie y a caballo, en campo abierto y dentro de murallas. Conocía prácticamente la estrategia de los grandes generales, el modo de combatir de todas las naciones de Europa, la táctica de todas las armas, la fuerza irresistible de las guerras nacionales…”
Por sobre todas las cosas había adquirido una sólida formación militar que aplicaría en América al organizar las tropas a su mando.
En Londres se hospeda en casa de Alvear y allí conoce a Manuel Moreno, Tomás Guido, Servando Teresa Mier, Zapiola y Andrés Bello, que poco después lo recordara como “uno de los más fervientes revolucionarios”.
Después de permanecer casi tres meses en Londres, se embarca en enero de 1812 en la fragata inglesa George Canning en compañía del capitán de infantería don Francisco Vera, el alférez de navío don José Zapiola, el capitán de milicias don Francisco Chilavert, el alférez de carabineros don Carlos Alvear y Balbastro, el subteniente de infantería don Antonio Arellaño y el primer teniente de guardias valonas barón de Olembert.
Así están enumerados en la edición de La Gaceta del 13 de marzo, órgano del gobierno, anunciando el arribo el día 9 del mismo mes y comunicando al pueblo que “han venido a ofrecer sus servicios al gobierno y han sido recibidos con la consideración que merecen por los sentimientos que protestan en obsequio de los intereses de la patria”.
Enrique de Gandía, a través de sus investigaciones históricas y en especial por la carta de Mariano Castilla –fechada en Londres el 13 de agosto de 1812 dirigida a Robert P. Staples, cónsul inglés en Buenos Aires-, sugiere que el viaje de San Martín y demás acompañantes fue organizado y pagado por el gobierno de Francia a través de negociaciones iniciadas por el edecán del mariscal Víctor, algún tiempo prisionero en Cádiz. ¡Así involucra indirectamente a Napoleón como precursor de la Gesta Sanmartiniana!
A su llegada a Buenos Aires, San Martín gozaba de buena salud y excelente capacidad física que le otorgaban sus 35 años. Era alto de talla, de facciones varoniles en su rostro moreno donde se destacaban, además de su nariz fuerte un poco encorvada, sus ojos negros y profundos, enmarcados por cejas abundantes y pómulos algo salientes que impresionaban a sus interlocutores.
El general Espejo que convivió durante largos años junto al general San Martín y después escribió preferentemente sobre la organización del Ejército de los Andes, el paso de la cordillera y la entrevista de Guayaquil, relata así esa particularidad del Libertador: “…su mirada era vivísima, que al parecer simbolizaba la verdadera expresión de su alma y la electricidad de su naturaleza; ni un solo momento estaban quietos aquellos ojos; era una vibración continua la de aquella vista de águila; recorría cuanto le rodeaba con la velocidad del rayo, y hacía un rápido examen de las personas sin que se le escaparan aun los pormenores más menudos”.
A esos negros ojos tremendamente expresivos sólo podemos imaginarlos ya que, según Sarmiento, ningún artista pudo jamás reproducirlos. El propio San Martín, al enviar a Miller su retrato realizado por Madou, precisamente a pedido de su colaborador inglés que estaba redactando sus memorias, concuerda con el gran sanjuanino: “los que lo han visto dicen que, aunque se parce bastante, me ha hecho más viejo y los ojos los encuentran defectuosos”.
Como claramente lo ha analizado Piccirilli, San Martín dejó específicamente documentado el motivo del viaje en su renuncia como Jefe del Ejército de los Andes el 25 de abril de 1819, en la respuesta a Miller, entre abril y mayo de 1827, y en la carta enviada al general peruano don Ramón Castilla el 11 de septiembre de 1848.
Todas ellas son similares y coincidentes, por lo cual transcribimos lo expresado en la última: “… resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar…”
Y lo reafirma en la proclama del 22 de julio de 1820, datada en Valparaíso poco antes de zarpar hacia el Perú: “yo servía en el ejército español: veinte años de honrados servicios me habían traído alguna consideración, sin embargo de ser americano; supe la revolución de mi país y al abandonar mi fortuna y mis esperanzas, sólo sentía no tener más que sacrificar al deseo de contribuir a la libertad de mi Patria”.
En su nueva tarea, San Martín dicta rígidas normas de disciplina que quedan ejemplificadas en el código de honor de los oficiales, la mayoría jóvenes de las principales familias de Buenos Aires.
Es de destacar la reunión mensual para oficiales y cadetes en casa del comandante donde se juzgaba severamente, pero en forma democrática, la conducta de los mismos. Se mantenía así la dignidad del famoso Regimiento del cual surgieron diecinueve generales y más de doscientos jefes y oficiales que pasearon su bandera desde San Lorenzo hasta Ayacucho.
Pero San Martín no se ocupaba solamente de la oficialidad. En la Plaza del Retiro participaba personalmente de la instrucción de los soldados, que se realizaba mañana y tarde, en los términos más sencillos y comprensibles.
Cuando estuvo adiestrado el primer escuadrón, fue agregando otros hasta formar un regimiento, por lo cual fue ascendido a coronel el 7 de diciembre de 1812.
De gauchos a granaderos
Así describe Sarmiento, en la Conferencia de París al ser admitido en el Instituto Histórico de Francia el 1 de julio de 1847, y en presencia de San Martín, la trasformación del gaucho a granadero: “hoy empieza a ser conocida en Europa la palabra gaucho con que en aquella parte de América se designa a los pastores de los numerosos rebaños que cubren la pampa pastosa.
“Es el gaucho argentino un árabe que vive, come, y duerme a caballo. El lazo que maneja con una increíble destreza le somete toda la creación animal, sin excluir el jaguar y el león, a quienes acomete sin temor. Los que huyen de su aproximación no están libres del tiro certero de sus bolas, que hace girar en torno de su cabeza y lanza como un rayo sobre el objeto que le sirve de blanco, seguro de ligarlo estrechamente, sin que le sea posible hacer un movimiento, marchar o desembarazarse.
“El gaucho no se preocupa de saber si el caballo que monta es salvaje o domesticado. En cualquier estado que lo encuentre en la pampa, echa el lazo sobre él, lo ensilla y lo somete de grado o por fuerza a su voluntad. Su alimento exclusivo es la carne asada en las llamas y saturada de cenizas. Pocos pueblos hay que resistan con mayor estoicismo toda clase de privaciones y de fatigas. Es un bárbaro en sus hábitos y costumbres y, sin embargo, es inteligente, honrado y susceptible de abrazar con pasión la defensa de una idea. Los sentimientos de honor no le son extraños, y el deseo de fama como valiente es la preocupación que a cada momento le hace desnudar el cuchillo para vengar la menor ofensa.
De estos gauchos formó San Martín un regimiento a la europea, añadiendo, a las dotes de equitador más osado del mundo, la disciplina y la táctica severa de la caballería del imperio”.
San Martín incluyó, en la división que mandó en auxilio de Sucre, un escuadrón de ese cuerpo modelo, que participó de las batallas de Riobamba y Pichincha. Bolívar quedó tan impresionado de la disciplina y valor de los granaderos, que los hizo su guardia de honor, llamándolos de Riobamba en memoria de aquellas jornadas. El general Mosquera decía, al referir de Sarmiento, que “cuando vimos el ejército de San Martín conocimos por la primera vez lo que era jerarquía militar. Entre nosotros (ejército bolivariano) no había sino general en jefe y soldados”.
Remedios, Belgrano, Mendoza…
Ocho meses después de desembarcar, el 12 de noviembre de 1812 se casa con María de los Remedios Escalada, niña de 14 años que impresionó vivamente al Libertador desde el primer momento, durante una tertulia en casa de sus padres.
Además de la tarea militar, junto con Alvear y Zapiola organiza la Logia Lautaro, sucursal de la de Cádiz, a través de la cual y con la incorporación de ciudadanos de diversa extracción comenzaran a tender los hilos políticos que harán converger hacia el logro de la independencia. Una de las participaciones políticas iniciales de la logia fue su actuación directa en el primer cuartelazo de nuestra historia –el 8 de octubre de 1812-, que estableció el Segundo Triunvirato formado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte. Frente a la casa del Cabildo aparecieron los Granaderos a caballo, el Segundo Regimiento de Infantería y el Cuerpo de Artillería, en apoyo de un movimiento popular de no más de mil personas.
Sobreviene después el Combate de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, cuando los Granaderos tienen su bautismo de fuego bajo el mando de su jefe que, montando un bayo con cola cortada al corvejón –distintivo de toda la caballada del ejército, por la aversión del criollo a montar un parejero rabón-, galopaba a dos cuerpos de caballo delante de sus hombres. Ocurre entonces la famosa caída y son bien conocidas las actuaciones de Baigorria y Cabral, que salvan su vida pero no impiden que Zavala, jefe español, le aplique a San Martín un hachazo en la cabeza, primera herida patria que dejara como recuerdo la cicatriz que llevaría desde ese momento.
Por el contrario, no es tan conocida la actuación del capitán Justo Bermúdez, quien, desesperado por no haber podido impedir la evasión del enemigo, al alterar las órdenes de San Martín se quita el torniquete (había sido amputado, herido en una de sus piernas), se desangra y fallece once días después.
Es de destacar la hidalguía con que se trató a los vencidos. A solicitud de Zavala, con quien el Libertador tiene una entrevista, envía alimentos, en especial para los heridos. Este es el sello que San Martín pondrá a toda su Gesta Libertadora, que resalta con justicia Juan Turrens: no tomó rehenes ni exigió rescates, no tomó venganzas y aconsejó no tomarlas, humanizó la lucha y no abusó del poder de que dispuso. Luchó contra el enemigo de aquel momento, y media América debe su libertad a su acción, singularizada por su deseo de encontrar la paz y hacer cesar todo posible derramamiento de sangre.
San Martín era extremadamente cuidadoso del honor del ejército bajo su mando, como queda demostrado en la proclama redactada el 30 de septiembre de 1817, después de Chacabuco y dirigida a los oficiales y soldados del ejército realista: “…por el capitán de dragones don Antonio Fuentes, prisionero de guerra el 10 del corriente sobre Talcahuano, he sabido que los individuos que componen el ejército real están persuadidos, o se les ha persuadido de intento, que las tropas de la Patria no dan cuartel a los rendidos. Semejante imputación ultraja de un modo inicuo al Ejército Unido que mando y a mí mismo. Desmientan esta calumnia más de 2000 prisioneros y 80 oficiales tomados en Chacabuco y dispersos por varias partes. Desmienta esto mismo el general Marcó del Pont. El derecho de gentes me autoriza para pasarlo por las armas, después que en la gaceta de su gobierno me ofreció no la muerte propia de un militar, sino la horca como asesino o salteador. Con todo, él disfruta de las consideraciones debidas a un prisionero.
“Señores oficiales y soldados enemigos, hagan ustedes la guerra con coraje en favor de sus opiniones, pero jamás crean imposturas que degradan al siglo ilustrado en que vivimos y que ofenden a mi ejército con tanta injusticia…”.
Pocos días después de San Lorenzo, el 20 de febrero, Belgrano triunfa en Salta, pero las alegrías de esos dos acontecimientos desaparecen en pocos meses pues el Ejército del Norte es derrotado en Vilcapugio y Ayohúma el 1 de octubre y el 14 de noviembre de 1813, respectivamente. Esas derrotas, junto a las crecientes diferencias con Artigas, la restauración de Fernando VII con la abolición de la Constitución de Cádiz y el restablecimiento de la monarquía absoluta, hacen que los “alvearistas”, que controlan la Asamblea General y el Segundo Triunvirato, decreten la creación del Directorio designándose a don Gervasio Antonio de Posadas, tío de Alvear, como Director Supremo.
Por ese entonces, San Martín acababa de ser enviado a Tucumán con el fin de hacerse cargo del Ejército del Norte, encontrándose con Belgrano en la Posta de Yatasto. Comenzó así una amistad basada en el mutuo respeto que perduró y se acrecentó con los años. Belgrano, dando prueba de su natural modestia, pasó a comandar el Primer Cuerpo de Infantería, función desde la cual colaboró y secundó a San Martín con entera nobleza.
Tarea ardua fue la del Libertador para poner orden en un ejército tan deteriorado, al que introdujo las normas de las tácticas modernas, principalmente en la caballería. Una vez más reclamaba de sus hombres el máximo de disciplina, dictando personalmente una academia práctica y teórica. Es aquí donde junta a pardos y morenos en el Regimiento 7 de Infantería que, con tanta valentía, lo acompañarían en la Gesta Americana. Y es aquí en el norte donde, por primer vez, el 22 de abril de 1814 expone en carta a Nicolás Rodríguez Peña su proyecto: “no se felicite con anticipación de lo que yo pueda hacer en esta. No haré nada y nada me gusta acá. La Patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra defensiva y nada más: para esto bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de buenos veteranos. Pensar otra cosa es empeñase en echar al pozo de Ayrón hombres y dineros. Ya le he dicho a Ud. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que reina: aliando las fuerzas pasaremos por el mar para tomar Lima. Ese es el camino y no este, mi amigo”.
Al reorganizarse el ejército e instruido Güemes en la guerra de guerrillas –que con tanto coraje ejecutó después junto a sus paisanos-, San Martín decide dejar el Ejército del Norte. Para ello, tomando como pretexto el deterioro de su salud, como lo atestigua Paz en sus Memorias y es admitido por sus dos grandes biógrafos, Mitre y Otero –aunque Lamadrid sostiene: “es efectivo que el general estuvo enfermo pues vomitó sangre en varias oportunidades”- solicita licencia el 27 de abril de 1814, que Posadas acuerda el 6 de mayo. Después de descansar aproximadamente un mes en la hacienda las enramadas, situada a treinta y siete kilómetros de Tucumán, se dirige a Córdoba, más precisamente a Saldán, distante veinte kilómetros de la ciudad.
Desde Córdoba solicita al Director Supremo el humilde empleo de Gobernador Intendente de Cuyo. Posadas, que en realidad tenía gran estima por San Martín, preocupado, le ofrece la gobernación de Córdoba velando por su salud, ofrecimiento que el Libertador rechaza. Después de tres meses en Córdoba, San Martín llega a Mendoza el 1 de setiembre y asume el gobierno el 6 del mismo mes.
Una vez instalado San Martín en Mendoza, Posadas le comunica el 24 de septiembre de 1814 que su esposa partía hacia allí. Para costear el viaje, el Director le ha facilitado seiscientos pesos que San Martín devolverá hasta el último centavo.
Remedios hizo la larga y penosa travesía, acompañada de su sobrina Encarnación de María, quien sería después señora de Rawson. En otro carruaje la seguían la esposa y la hija del coronel Manuel Corvalán. Así, Remedios permanecerá junto a su esposo el mayor tiempo de su vida –dos años-, y mendocina será la única hija del libertador. El 24 de enero de 1817, en vísperas del primer Cruce de los Andes, ambas emprenderán el regreso a la capital.
Fuente:
-René G. Favaloro. ¿Conoce usted a San Martín?, Debolsillo, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, julio de 2011.